Si yo fuera Peña Nieto…

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Si yo fuera Enrique Peña Nieto tendría el hombro dislocado por cargar un enorme portafolio. Cargaría decenas de discursos rimbombantes y cientos de presidiums acartonados llenos de empleados míos apapachándome y aplaudiendo sin cesar. Guardaría también cientos, miles, quizá millones de mentadas de madre por haber co-protagonizado la más esperada, famosa y criticada telenovela de todos los tiempos: La Casa Blanca de Peña Nieto. Y digo “co-protagonizado” porque nadie podría quitarle el papel estelar a Angélica Rivera, renombrada actriz, consagrada en uno de los capítulos finales de la historia: el regaño a los mexicanos en un video de YouTube.

 En ese portafolio también llevaría un enorme expediente vacío con el reclamo, el enojo y la enorme duda de miles de mexicanos, titulado “La verdad histórica”. No cabe duda, llevaría también el cómic del increíble escape del narcotraficante más renombrado de los últimos 20 años: Joaquín Guzmán Loera. En alguno de los compartimentos, seguro, llevaría un par de CDs con los audios de las constructoras que enriquecen a funcionarios y amigos míos. Mi portafolio estaría lleno de encuestas con índices de aprobación que caen al ritmo del precio del barril de petróleo.

Pero en ese portafolio habría un espacio desaprovechado. En él guardaría todas mis victorias, que no son pocas, pero que se quedaron ahí en el portafolio, echas bolas. Ahí tendría la primera y la segunda detención de El Chapo, juntitas a la detención de Elba Esther Gordillo. Guardaría también una fotografía del día en que se firmó el Pacto por México, un hecho histórico, en el que no solo gané yo, también ganó mi partido y ganó la oposición.

En ese compartimento guardaría las 12 Reformas Estructurales, entre ellas, una Reforma Educativa sin precedentes; una Reforma Energética y una de Telecomunicaciones en forma de inversiones millonarias que aterrizan día a día en nuestro país; una Reforma Hacendaria criticada, golpeada, pero que en parte es atacada por empresarios que ahora tienen que pagar impuestos; y una Reforma Política que ahora le da la oportunidad a un ciudadano de ser el próximo Presidente de la República. Guardaría la iniciativa para legalizar el uso medicinal de la marihuana y la iniciativa para incluir en la Constitución el matrimonio igualitario. Conservaría también el arranque de la construcción del nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México y del Tren que va de la Ciudad de México a Toluca. Pediría que me incluyeran en ese espacio un informe de la situación económica de México, donde observaría que crecemos más que el promedio de los países que componen la OCDE y más que el promedio en América Latina, que tenemos la inflación más baja en la historia, y que a pesar de la caída del precio del petróleo, los ingresos federales no han disminuido.

Finalmente tendría un último compartimento, uno para mi lectura. En él guardaría 3 libros con el título y el autor subrayados… por si acaso. Esto, todo esto guardaría en mi portafolio. Pesaría tanto que decidiría mejor tirarlo. El portafolio viejo, el pesado, lo tiraría a la basura, completo. Con ese portafolio tiraría a mis compadres, a mis complejos y con ellos, a todos mis compromisos (me refiero a los políticos, no a los firmados ante notario). Tiraría mi ideología, a mi partido, a mis fobias, mis triunfos y mis derrotas.

Entonces me compraría un portafolio nuevo. Me sentaría con académicos, con científicos, con empresarios, con jóvenes… con México, les pediría una disculpa (insuficiente, pero sincera) y diseñaría un plan de acción urgente; un calendario con metas a corto, a mediano, y sobre todo a largo plazo. Eso sería lo único que guardaría en mi portafolio nuevo.

Empezaría por los temas más difíciles, los que generen más conflicto, los que ataquen más intereses: corrupción, pobreza, burocracia, educación, seguridad… No acabaría, pero acabar no sería mi objetivo final. El objetivo de estos próximos dos años sería empezar. Nos hace falta un presidente que empiece algo bien. Con un plan de gobierno transexenal que ignore partidos, ideologías y sucesiones. Entonces me sentaría con todos los partidos, con aquellos que se han destapado como candidatos independientes, me sentaría con todos los que tengan intenciones de ser el próximo Presidente o Presidenta de México y pactaría para que ese plan de gobierno que acabamos de diseñar todos, se continúe, se perfeccione y se concluya. Me acabaría lo que me queda de capital político y buscaría que mi legado fuera ese, el de planear el próximo sexenio, no importando quién fuera la cabeza.

El problema es que si en verdad fuera Peña Nieto, quizá el hombro no me dolería, el portafolio no me pesaría… habría alguien que cargara el portafolio por mí y nunca sentiría la necesidad de tirarlo todo al basurero.

Fotografía: Presidencia de la República.

 

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